CONSTELACIÓN DE LEO |
La pulsión del deseo de
explorar y gozar del cuerpo amado no se aprende. Es manifestación natural del
conocimiento que ciertos amantes desarrollan en pos de la sabiduría de los
argomantes. Durante las siestas, por ejemplo, el argomante de Leo, dotado de
las altas magnitudes de los soles que incendian su melena, ilumina con sus
caricias la piel de la amada quien intuye bajo su alcochada ternura la
acechanza de sus garras sobre sus muslos, gemelos arqueados por el deseo de la
luz, por donde él se adentra. En esa exploración y empujado por el fuego de la pasión,
el argomante atraviesa cúmulos de miradas, nubes siderales, nebulosas y sueños
dejando tras de sí rastros de saliva para no perderse hasta llegar al nudo
constelar, donde deja ir su lengua al interior de la galaxia y bebe del
clítoris primordial de Géminis. Es el instante en que la conjunción se produce,
Cástor y Pólux estallan y del cuerpo de la mujer surgen los gemidos de gozo
que, a millones de años luz, astrónomos asirios observarán y confundirán con cometas
orbitando en el espacio según las incógnitas leyes de la mecánica celeste.
1 comentario:
Qué maravilla, Antonio.
Pasé y no me pude ir hasta leer desde la primera hasta la última constelación.
Un abrazo.
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