domingo, 5 de octubre de 2014

CONSTELACIONES [XIII]

CONSTELACIÓN DE ARIES

Los amantes dotados con el don de Pitias saben de la mujer amada y reconocen su cuerpo mucho antes de que el abrazo se produzca. Sé de uno que fue atraído por una mujer de piel lactescente cubierta de lunares de Mandelbrot. Seducido por aquellas formas geométricas que se organizaban a capricho de una inteligencia mayor, el amante recorrió calles y visitó teatros y librerías de viejo hasta que un día pudo dibujar en su corazón el mapa  de una constelación, cuyo bosque se hallaba al este de Piscis y al oeste de Tauro. Guiado por la magnitud de Aries, el amante se internó en el encinar escondido entre fractales hasta que, en la confluencia de dos ríos que nacían del sexo de dos enanas rojas, colgaba ante él vello rubio consagrado al Carnero. Lo admiró, lo acarició con la tensión propia de los hijos de Leo, y lo adoró hasta que el fuego arrebatado al Dragón inflamó su lengua y como una pitón penetró en el secreto hasta transmitir un sentido oracular al cuerpo de la amada, para que un día, al verlo, supiera quien era él.

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