CONSTELACIÓN DE ARIES |
Los amantes dotados con
el don de Pitias saben de la mujer amada y reconocen su cuerpo mucho antes de
que el abrazo se produzca. Sé de uno que fue atraído por una mujer de piel
lactescente cubierta de lunares de Mandelbrot. Seducido por aquellas formas
geométricas que se organizaban a capricho de una inteligencia mayor, el amante
recorrió calles y visitó teatros y librerías de viejo hasta que un día pudo
dibujar en su corazón el mapa de una
constelación, cuyo bosque se hallaba al este de Piscis y al oeste de Tauro.
Guiado por la magnitud de Aries, el amante se internó en el encinar escondido
entre fractales hasta que, en la confluencia de dos ríos que nacían del sexo de
dos enanas rojas, colgaba ante él vello rubio consagrado al Carnero. Lo admiró,
lo acarició con la tensión propia de los hijos de Leo, y lo adoró hasta que el fuego
arrebatado al Dragón inflamó su lengua y como una pitón penetró en el secreto
hasta transmitir un sentido oracular al cuerpo de la amada, para que un día, al
verlo, supiera quien era él.
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