CONSTELACIÓN DE SAGITARIO |
Lo que guía la mano del
amante no es sabiduría sino deseo. Deseo de sentir el vibrato de la carne en el
alma. Es así que ensaya las caricias sobre el cuerpo de la amada más no
reconoce la sacralidad del abrazo hasta que ella, que ha descendido desde las
lindes de Escorpio y llegado ante las puertas de Sagitario, lleva hasta el
doble arco de sus labios la flecha que disparará hacia el ombligo estelar.
Sentirá entonces el argomante subir la temperatura de las nebulosas, cúmulos y
otros cuerpos del cielo profundo; verá los destellos particulares de la sangre
convertirse en novas, y oirá el bullir de la gran tetera y la música sideral
que alguno, acaso Mozart, traducirá para el oído humano. En esta notación de la
caricia, resistirá la flecha la atracción de la masa oscura y al final, ante el
vórtice umbilical de la galaxia, abrazado a su amada, el argomante se dejará
arrastrar por la caudalosa riada de la Vía Láctea, la misma que alumbra el
camino que siguen los peregrinos de un diminuto planeta solar situado a
millones de años luz de su corazón.
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