CONSTELACIÓN DE ESCORPIO |
Ante su amada desnuda y
en abierta espera sobre el alba de la cama, otro de los argomantes de los que
tuve noticias, se abandonaba a la mirada que avanzaba hacia el futuro topografiando
las múltiples formas del Universo. Así fue como viajaba con ella más allá de
los cúmulos globulares de la Vía Láctea, de la protonebulosa del Insecto y de
la estrella doble de nombre cifrado hasta que se detenían rientes ante la hipergigante
estrella roja de Antares. Allí, bajaba ella los pliegues del aguijón constelar
y lo ensalivaba para endulzarlo, mas el escorpión no podía contener su instinto
y la penetraba cada vez inoculándole el conocimiento de la noche cósmica. De
este modo, la amada reconocía en sus caricias las enunciaciones de la geometría de Euclides, en sus gemidos las
notaciones musicales de las cifras de Pitágoras, y aprendía en un instante las
cien lenguas que hablaba Ladón, el drakko
custodio de las manzanas de la dicha en el jardín de las Hespérides.
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