
Acaso, esta misma imposibilidad de expresar su angustia existencial lleva a Vladimir y Estragón a confluir en un cruce de caminos y esperar a Godot. El absurdo se hace tangible en un mundo desquiciado por la Segunda Guerra Mundial. ¿Quienes son ellos? ¿De dónde vienen? ¿Quién es el Godot que esperan y los paraliza? ¿Qué los aboca a una resistencia vital sin más? Vladimir y Estragón esperan hasta que la evidencia de esperar en ese lugar les hace dudar de que realmente deban estar allí. Entonces, lo único que se les hace factible es jugar y en ese juego el lenguaje se vuelve peligroso, perverso, para el lenguaje, es decir para ellos, en tanto que sujetos verbales desposeídos de significación en el mundo y situados en un cruce de caminos que atraviesan la nada. Nadie. Nada. Sólo la instancia de Godot parece justificarlos y aproximarlos en esa radical soledad, en esa extrema angustia que los embarga. Pero ¿quién es Godot? No parece haber respuesta y sólo queda la escenificación del evidente y brutal nihilismo resumida en una frase: don Nadie espera Nada. La existencia reducida a una espera sin sentido. A un juego cruel entre seres desvalidos e insoportablemente solos.
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