miércoles, 4 de febrero de 2009

NADIE, NADA, BECKETT ESPERA A GODOT

Al final de su vida, Kurtz, el protagonista de El corazón de las tinieblas, de Josep Conrad, dice «¡El horror!¡El horror!», y sus palabras quedan vibrando como un eco silencioso en la memoria de Marlowe, imposibilitado de expresar «la pesadilla que yo mismo había elegido».
Acaso, esta misma imposibilidad de expresar su angustia existencial lleva a Vladimir y Estragón a confluir en un cruce de caminos y esperar a Godot. El absurdo se hace tangible en un mundo desquiciado por la Segunda Guerra Mundial. ¿Quienes son ellos? ¿De dónde vienen? ¿Quién es el Godot que esperan y los paraliza? ¿Qué los aboca a una resistencia vital sin más? Vladimir y Estragón esperan hasta que la evidencia de esperar en ese lugar les hace dudar de que realmente deban estar allí. Entonces, lo único que se les hace factible es jugar y en ese juego el lenguaje se vuelve peligroso, perverso, para el lenguaje, es decir para ellos, en tanto que sujetos verbales desposeídos de significación en el mundo y situados en un cruce de caminos que atraviesan la nada. Nadie. Nada. Sólo la instancia de Godot parece justificarlos y aproximarlos en esa radical soledad, en esa extrema angustia que los embarga. Pero ¿quién es Godot? No parece haber respuesta y sólo queda la escenificación del evidente y brutal nihilismo resumida en una frase: don Nadie espera Nada. La existencia reducida a una espera sin sentido. A un juego cruel entre seres desvalidos e insoportablemente solos.

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