Un hombre ya mayor confiesa en sus memorias que es un estafador. Una mujer, acaso su pareja, impresionada por la revelación, le presenta a Paul Newman. Mientras el estafador y la mujer permanecen de pie en medio de una sala desnuda de muebles, el actor está sentado en el suelo abrazando sus piernas. Yo estoy allí con la sensación de que el actor ha sido invitado a encarnar al estafador en una película basada en su autobiografía. El actor y el hombre se parecen. Paseándome entre ellos, les digo que lo que me asombra de esas memorias es la sinceridad. «Todo el mundo miente sobre sí mismo, todo el mundo se santifica», me oigo decir, «sin embargo, aquí todo es tan crudo que parece verdad ¡Qué contradicción! ¡Un estafador íntegro!».
Paul Newman y la mujer me miran con indiferencia, el hombre con un extraño brillo en los ojos. Como si sonriera para sí. Entonces dudo. Newman se ha subido a un árbol. ¿Y si no es un estafador y nos estafa con esta historia escrita para serlo? Abro el libro. De la oscuridad de sus páginas cuelgan cuatro sonrisas de Chesire. Alzo la vista y, por el techo abierto de la sala, veo un número infinito de sonrisas iguales titilando a miles de años luz.
Paul Newman y la mujer me miran con indiferencia, el hombre con un extraño brillo en los ojos. Como si sonriera para sí. Entonces dudo. Newman se ha subido a un árbol. ¿Y si no es un estafador y nos estafa con esta historia escrita para serlo? Abro el libro. De la oscuridad de sus páginas cuelgan cuatro sonrisas de Chesire. Alzo la vista y, por el techo abierto de la sala, veo un número infinito de sonrisas iguales titilando a miles de años luz.
[Fragmento del Cuaderno de notas de Manuel T.]
2 comentarios:
He estado cosa de diez días con fiebre difícil que no bajaba. Incluso a día de hoy, no baja de los 37. Esta gripe tiene algo que se agarra a los bronquios. Dicho esto...que me gusta leer este blog de vez en cuando. Que me gustaría opinar más sin ser molesto ni pesado. Y que no entiendo lo aquí, en esta entrada, expresado.
Quería decirlo.
La estafa...
no sé.
Hay unos códigos sociales en la comunicación tan inútiles que el sólo pensar en ellos parece abocarnos a esta irremediable complacencia de convivir unos con otros y con ellos a cuestas.
Tan innecesario que de cómodo, los hemos hecho propios. Consumo.
Ay de la pureza que nos abre los ojos o cierra para siempre.
En fin, que me perdones por estas palabras. Me sentí como en la casa que tengo deshabitada.
Hola N.B., ante todo espero que te mejores. En el Cuaderno de notas de Manuel T. suelo apuntar muchas cosas. En este caso es una sensación o acaso la evocación de un sueño. No busco una secuencia lógica ni un decir lógico, sino dejar que las palabras expresen por sí mismas, independientes incluso de la gramática (no es aquí el caso), lo que la realidad tiene de misterioso o de absurdo. Quizás cada lector encuentre en ellas una particular explicación.
Un abrazo.
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