En una ocasión, James Joyce contó a su amigo Louis Guillet que en las islas Blasket había conocido a un viejo que nunca había salido de ellas. Cierto día se decidió y conoció la ciudad. Visitó varias tiendas y en una de ellas vio un pequeño espejo. Lo cogió, lo acarició y se lo llevó. Ya en su casa, lo sacó y al mirarlo exclamó «¡Papá, oh, papá!». Lo guardó como un tesoro sin dejárselo ver a nadie. Ni siquiera a su mujer. Cierto día, ésta, intrigada por el espejo, aprovechó un descuido del hombre y lo cogió. Lo miró y, decepcionada exclamó: «¡Bah, no es más que una cara vieja!» al tiempo que lo rompía arrojándolo contra una piedra.
[Fragmento del Cuaderno de notas de Manuel T. - Imagen, Autorretrato con espejo esférico, de Escher]
4 comentarios:
Sí, me gusta J.J. (¡he!) y pienso en que "es muy triste esperar que llegue el verso, que aparezca el poema y ver que en su lugar arriba alguien... o algo que para siempre nos lo aleja".
Alberti
"Abierto a todas horas". Colección Guiomar. (1964)
A veces, estimado N.B., escuchamos la voz, pero no la oímos con atención y se pierde. En ocasiones, para que no me suceda esto, suelo, como quizás lo hacen todos los poetas, anotar alguna palabra para que, depsués, me guíe a través del laberinto del poema entrevisto.
Un abrazo
Bueno, yo me refería a otro lector. Espero que se detenga en este blog.
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