…También me asomé a una pileta de aguas turbias, por donde se desplazaba la oscura silueta de un enorme pez. Arriba, por el cielo nublado, volaba un buitre. Era tan simétrico el movimiento de uno y otro que, por un momento, tuve la sensación de que el pez era la sombra del buitre y al instante de que éste era la sombra de aquél. Bajé la vista y, como si siempre hubiese estado allí, me vi sumergido en la pileta, frente al pez que abría sus fauces. Grité, pero el grito se ahogó en la boca abierta y me inundó los pulmones. Supe que iba a morir. O tal vez a nacer. Sin embargo, antes de que una u otra cosa sucediera, el buitre penetró en las aguas y, con su enorme pico abierto y sus garras adelantadas, atacó al pez elevándolo a las alturas. Allí, aunque todo me resultaba oscuro y difuso, pude ver cómo el ave desgarraba la carne de la bestia dejando a la vista sus músculos y tendones prendidos al esqueleto. Las vísceras colgadas al aire. Notas de putrefacción precipitándose al vacío. El buitre devoraba su sombra. Finalmente, las aguas me cubrieron por completo y cuando desperté volaba entre las nubes con un corazón latiendo en el pico.
[Fragmento del Cuaderno de notas de Manuel T.]
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