Tengo noticias de otro
argomante que en cuanto entraba a la habitación del hotel de citas y desnudaba
a su amante, la llevaba frente al espejo como si éste fuese una gran ventana
astronómica a través de la cual podía enseñarle que el abrazo no se producía
entre cuatro paredes. Tomados de la mano o cada uno acariciando el sexo del
otro frente al espejo, juntos viajaban al origen del tiempo y tenían, como en
un espejismo que los comprometía en su sustancia, la visión del nacimiento de
la primera pareja en las altas latitudes del planeta; en ese territorio polar
donde se produce la gran excitación de las fuerzas primordiales. Allí, dentro
de sí, sentían cómo ejércitos de protones y neutrones de la luz solar se
enfrentaban a la atracción magnética de la Tierra, a su poderosa seducción, y liberaban
su energía para dejar, en el campo de las visiones, las huellas luminosas de la
portentosa batalla que acababan de librar.
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