A cinco grados al oeste
de Neptuno, se halla la espalda de la amada que el peregrino recorre con el
moroso paso de quien no quiere llegar sino de disolverse como lo hace la piedra
en la cóncava suavidad de la duna. Mas,
desde ese lugar donde se encuentra, el náufrago observa que el brillo de las
cuatro estrellas más luminosas de la Cabra pasa del dorado al rojo y que la
música del cosmos que alentaba su corazón lo hace del grave al agudo, como si
un cometa se alejara de él dejando tras de sí una cabellera de dolor.
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