jueves, 12 de junio de 2014

MÁS ALLÁ DE LOS DÍAS (Fragmento III)


Apenas la vara tocó su pecho, T. se sintió embargado por una emoción profunda y una poderosa sensación. Sintió como si la vieja savia del nogal al mezclarse con su sangre desencadenara en el cuerpo un cambio químico e hiciera que una oscuridad líquida le corriese por las venas. Noche y vacío dentro de sí y un fragor de almas en tránsito fuera del tiempo y, entre ellas, entre las almas, como breves relámpagos, escenas de su vida pasada, presente y futura precipitándose por un vórtice de viento y arena. Sintió que caía al abismo y que algo, acaso la angustia, le oprimía el pecho impidiéndole respirar. Pasaron siglos aferrado a la vara de nogal del patio de su casa, siempre hundiéndose. Ahogándose en un tiempo que se partía en granos de nada, como se parten las piedras en el desierto, y se perdía. Siglos cayendo en un torbellino de miradas que abarcaban lo infinito hasta que, de pronto, todo cesó.
El ciego seguía sentado ante él. Era el mismo viejo, como su risa era la misma risa, la misma duración, las mismas modulaciones. Ningún matiz que revelara su transcurrir más allá del instante. Tampoco él podía saber si vivía atrapado en ese momento único. Como hacía unas horas, cuando a la sombra de la morera percibió la realidad de lo inmóvil, T. sintió que, por alguna causa desconocida para él, había percibido el vértigo de lo móvil y entrevisto la voracidad del tiempo vaciando los seres y las cosas de sus signos. Quizás, se dijo, las palabras no son sino breves relámpagos que iluminan la ilusión del mundo. Ellas, las palabras, nos nombran y al nombrarnos nos encarnan. Nacieron para articular la vida, pero cuando el tiempo y la moral las corrompen trastornan la realidad del mundo y demuelen los edificios de la civilidad.

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