lunes, 1 de febrero de 2010

EL AHORCADO

Siente temor por aquellas miradas
que vociferan extraños cascotes del habla,
murmullos de nebulosa estima, marchitas entrelenguas
desgastadas por el llano transcurrir de las palabras.
Siente temor por la soga que el destino teje y desteje
contra su cuello. Le toman cada una de sus medidas,
desde la cómplice distancia, cuando pasa por la vereda
rumbo a su casa, cuando duerme, sueña o despierta.

Todos hacen su trabajo, todos cobran con sus ganas.
Las mujeres esquilan cada oveja del rebaño; con la justicia
de la rueca, las hilanderas preparan una cuerda; mientras tanto,
los hombres edifican un patíbulo con la sombra de algún bosque.
Entonces suenan las campanas
y el condenado viene solo hasta su torre de pino,
sube y mira hacia abajo, por última vez,
la colorida fiesta que radiante clama.

Cuando la gravedad lo hace pendular sobre el abismo
ellos corren a su casa, roban y desgarran
sus fragmentos más felices,
se apoderan del cuerpo que hubo amado,
del rincón más cristalino de su cuarto,
del efímero universo que sólo fue suyo, queman los
recuerdos,
la caricia de una foto, un rastro en el barro y entonan
un salmo, el himno que los protege de un fantasmal
naufragio.

Descansa un día y regresan, vigorosos y sanos, a su trabajo.

De Florecillas del diablo, Marcelo Fagiano (Cartografías, 2009).

La imagen de la portada del libro es una acuarela de Oscar Robledo, artista a cuya memoria el poeta dedica el libro. Fagiano, nacido en Río Cuarto (Argentina) en 1959, es uno de los poetas más destacados de su generación. Su poesía, tan delicada como rigurosa, merece ser conocida más allá de las fronteras fijadas por las circunstancias y la geografía de un país que oculta su interior.

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