viernes, 30 de abril de 2010

EL DESCONOCIDO

No, las palabras no suenan. No son mías. No dicen lo que escribo. No me reconocen. ¿Cómo avanzar entonces en la escritura? ¿Quién ese desconocido que ahora se apropia de las palabras que hasta hace un instante eran mías? ¿O lo que oigo no es mi voz sino la voz de las palabras que se preguntan: quién es este desconocido de cuyos dedos salimos y nos entrega esclavas al orden de la gramática?

Del Cuaderno de notas de Manuel T.

sábado, 24 de abril de 2010

EL RUIDO

Lo que nace del silencio es sonido que evoca el origen. Sustancia del lenguaje que manifiesta la unidad del ser y la creación del mundo. El ruido es perversión de esa sustancia. Impotencia. El grito humano es ruido nacido de la angustia. Pero ¿es ruido el rugido del jaguar, la caída de un árbol o los golpes del herrero en la forja?


De Cuaderno de notas de Manuel T. - Imagen: El grito, de Edvard Munch.

jueves, 22 de abril de 2010

VIDALITA DEL AMOR AUSENTE

En La campaña del coronel Emilio se narra la frustrada incursión del coronel Emilio Mitre frente a un grupo de soldados a Leuvucó, toldería principal de los indios ranqueles. El relato fue pensado inicialmente como capítulo de la novela De cómo llegó la nieve (Tusquets, 1987), pero finalmente hizo valer su autonomía como cuento (El interior de la noche, Tusquets, 1989; El mal de Q. Candaya, 2009).
El desierto, la sed, la soledad y la muerte acompañan la trágica experiencia que da fundamento a las voces de hombres y animales, que arden en la noche como fuegos fatuos. En ese acontecer, alguien canta una vidalita como un deseo de afirmación del amor más allá de la vida. Más allá del tiempo. Hace unos meses completé la letra de la vidalita, a la que Jorge Sarraute le compuso su música.

miércoles, 14 de abril de 2010

EL EXTRANJERO

El señor Manuel T., cuentan, tenía cuarenta y dos años cuando recibió la última carta de su madre. Desde hacía veinte el cartero le traía una todos los meses, pero él nunca las contestó. Según dicen, Manuel T. contó a algunos amigos íntimos que todas las noches soñaba el mismo sueño: soñaba con grandes planicies nevadas y con invisibles batallas más allá de la blancura. Eso dicen que soñaba, porque el tal Manuel T. era un hombre extraño que hablaba de cosas también extrañas. Digo extrañas queriendo decir que él y sus historias eran extranjeros, venían de lugares sólo conocidos a través de la geografía escueta de los periódicos, siempre parcos de palabras y tal vez de verdades. Muchos tenían al señor Manuel T. por hombre egoísta, soberbio e insensato; otros pensaban que era cruel e inhumano, influidos, posiblemente, por una fea cicatriz que tenía en su oreja izquierda; y los terceros decían que era un excéntrico, cuando no un infeliz solitario y escéptico. Sin embargo, creo que la palabra más exacta, la que además de definirlo le otorgaba esa aureola insolidaria, era extranjero.
Fragmento inicial de De cómo llegó la nieve (Tusquets, 1987)

jueves, 1 de abril de 2010

LAS FRONTERAS DEL LENGUAJE


La vulnerabilidad del lenguaje, que ha permitido el discurso de las ideologías totalitarias políticas y religiosas, el de la vulgaridad de la sociedad masificada y los eufemismos de las democracias hace que el poeta se pregunte por su verdadera capacidad para expresar las respuestas científicas y la soledad existencial del individuo humano que ha perdido las referencias divinas de la intuición y las morales de la razón. 
La existencia del ser en el mundo se nutre de la justicia y su sentido nace de esa exigencia moral que aspira a la armonía entre los individuos y las cosas que lo rodean. Esa aspiración se expresa a través del lenguaje y de la complejidad semántica de la palabra, cuyos límites son los propios límites del lenguaje para aprehender las múltiples realidades del mundo. Sobre esta noción escribí en Sílabas de arena «y rota la palabra / la voz que germina de la vida / y cruza el pensamiento / se pierde [...] en el poema no dicho / el poema no escrito  que / siempre el mismo / siempre otro / late en el abismo» y en Lecciones de tiempo «la palabra que nombra el árbol es árbol / callo / qué significa ahora esa palabra que dice / árbol / qué realidad es ésta que se disuelve fuera del / tiempo / el viento que pasa entre las ramas es inaudible». 
Hugo von Hofmannsthal en su Carta de Lord Chandos escribe casi con desesperación «Ya no lograba aprehenderlas [las cosas] con la mirada simplificadora de la costumbre. Todo se me deshacía en partes, las partes otra vez en partes, y no se dejaba ya abarcar con un concepto. Las distintas palabras flotaban alrededor de mí; cuajaban en ojos que me miraban fijamente y en las que yo a mi vez tenía que sumergir mi mirada: son remolinos a los que me da vértigo asomarme, que giran sin cesar y a través de los cuales se llega al vacío.» 
La palabra «árbol» dice, por convención, que se trata de un árbol, pero al perder las referencias morales que sustentan el mundo, el poeta también pierde la posición central desde la cual puede observar y organizar la realidad a través de las palabras. El desencuentro entre el sentido de la palabra y la vida hace más lacerante las limitaciones del lenguaje para alcanzar ese concepto universal que late en cada palabra «más allá de las fronteras establecidas por los significantes», como afirma el italiano Stefano Agosti. Es así que «árbol», no obstante su precisión, sólo expresa un significado abstracto, pero no el sentido último y secreto que expresaría el significante, el cual conduce al lenguaje mudo, «la lengua en la que hablan las cosas mudas», como dice Lord Chandos. De aquí que, como Wittgenstein, acabe constatando la incapacidad del lenguaje parar nombrar la vida. Pero aun aceptando este hecho, el poeta tiene el deber de expresar su experiencia al borde del abismo, incluso de aquello que, como el horror, apenas puede articularse.
De Cuaderno de notas de Manuel T.