jueves, 26 de noviembre de 2009

EL ABANDONADO

Primero fue mi brazo izquierdo. Un día amaneció adormecido de tristeza y se quedó en casa. Un brazo triste es inútil y más si es el izquierdo y uno es diestro. Así que, sin preocuparme demasiado, salí a la calle manco. Días después fue el brazo derecho el que se negó a seguirme por sobrecarga de trabajo, según dijo. Esto ya me fastidió un poco, porque rompió mi rutina y me obligó a dejar el tenis y a escribir al dictado cuidando de que la lengua no sufriera ningún percance ni se rebelara. Nada de esto sucedió, porque, ya se sabe, las lenguas, salvo las malas y las viperinas, son fieles a su palabra y mientras tengan saliva lo que les importa es hablar y saborear lo que sea. Incluso los alimentos. Pero, como me lo temía, el proceso de desvalimiento físico siguió su curso. Las piernas, hartas de hacer horas extras y ocupadas en labores para las que no estaban preparadas, a los cuatro días y antes de verse paralizadas, salieron corriendo y me abandonaron. Eso sí, tuvieron el detalle de dejar mi tronco en una silla de ruedas para que me desplazara, aunque esto no sirvió de mucho porque no había nadie para empujar. Como dicen que las desgracias no vienen solas, esperé que viniera alguna y lo hiciera. Fue en vano. No apareció ninguna desgracia física. De todos modos, no me desanimé. La situación era propicia para reflexionar sobre la naturaleza de la soledad y la inmovilidad. En esa actividad estaba cuando, al cabo de un tiempo cuya duración ignoro, me embargó una muy extraña sensación de vacío. Como si estuviera extraviado en algún lugar indefinido e indefinible. Entonces caí en la cuenta de que mi alma también se había marchado. «¡Bah, tranquilo, no necesito a nadie», le dije al muñón torácico que flotaba como una luna alrededor de la silla, «todavía me queda la lengua…».

Del Cuaderno de notas de Manuel T. - Ilustración Margó Venegas

sábado, 14 de noviembre de 2009

UNO MÁS UNO HUMANIDAD

En diciembre de 1975, ya marcado por la amenaza de la Triple A, llegué a Buenos Aires acompañado de mi familia. Haroldo Conti, Roberto Santoro y Alberto Costa fueron algunos de los poetas que nos acompañaron. Los dos últimos, incluso, nos llevaron a cenar a San Telmo y nos mimaron para aliviar la incertidumbre del destierro. Aún en esas circunstancias hablamos de convertir la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) en una institución capaz de defender los derechos de escritores y poetas. Tras el golpe militar del 24 de marzo de 1976 y la oficialización del terror de Estado, Haroldo Conti y Roberto Santoro fueron secuestrados y asesinados -están desaparecidos- y Alberto Costa, por lo que he sabido mucho después, se exilió a España.
En el mes de octubre participé junto al joven escritor argentino Matías Néspolo en coloquio sobre la creación literaria en Argentina durante la época de terror centrada en las figuras de Haroldo Conti y Antonio di Benedetto. Fue como entrar de nuevo en la vorágine de unos días terribles y reencontrarme con la figura entera, tierna, valiente y honesta de Roberto Santoro, el poeta que hizo de la poesía un Barrilete.

domingo, 8 de noviembre de 2009

SOBRE LA CORRECCIÓN DEL TEXTO

Ayer por la tarde el corrector dio por acabada su tarea. Lo hizo por agotamiento antes que por certeza, porque sabe que siempre encontrará erratas a pesar de las repetidas lecturas. El corrector tiene la sensación de que el texto es un laberinto donde ellas, las erratas, juegan a sembrar la duda en quien se interne en él. Son como minotauros traviesos que, apenas la vista ha pasado por una línea, alteran sus palabras o frases, les cambian letras o signos, las separan, juntan o cortan dejando solitarias e indiscretas viudas y hasta trastocan capitales, números y géneros, cuando no dejan entre párrafos cuerpos de letras extraños. Y así, por más que el corrector recorra los pasajes del texto con la seguridad que le da el hilo de su experiencia, el Minotauro, al hacerse visible, le enseña que quien pasó no es él, sino el otro que fue. Un torpe y desorientado Teseo.

Del Cuaderno de notas de Manuel T. Ilustración, Minotauro, carbón de Pablo Picasso.