viernes, 7 de noviembre de 2008

LA LENGUA DE LAS COSAS MUDAS


No pocas veces nos encontramos ante realidades inexpresables; ante la imposibilidad de la lengua para decirlas. Cuando el dolor o el placer alcanzan los límites de alma, por ejemplo, apenas si podemos emitir algo más que un gemido, como si la lengua volviera a su estadio gutural e informe, a una nota para la cual no existen instrumentos que la ejecuten y le den forma armónica y comprensible para los oídos del mundo. Es allí cuando los poetas sentimos la proximidad del fracaso del poema. Ante el horror de Auswicht, Adorno dijo que ya no era posible escribir poesía, y ante la angustia existencial Munch pintó la desgarradora serie de El grito mudo. Algo semejante debió de sentir Hugo von Hofsmmantal cuando escribió Carta de lord Chandos, en la que se lee el siguiente pasaje:

«Yo sentí en ese momento, con una certeza que no estaba del todo exenta de un sentimiento doloroso, que tampoco el año que viene, ni el otro, ni en todos los años de mi vida escribiré un libro en inglés ni en latín. [...] Porque la lengua en la que tal vez me estaría dado no sólo escribir sino también pensar, no es ni el latín, ni el inglés, ni el italiano, ni el español, sino una lengua de cuyas palabras no conozco ni una sola, una lengua en la que me hablan las cosas mudas y en la que quizá un día, en la tumba, rendiré cuentas ante un juez desconocido.»

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