sábado, 12 de noviembre de 2011

DEL FUEGO Y LA POESÍA

El verano pasado acabé un libro de cuentos, después de que mucho tiempo antes había creído que ya no volvería a hacerlo y que, por este motivo, aprobé a que Candaya publicara El mal de Q., casi como mis cuentos completos ya que integraba toda mi producción cuentística desde 1968 hasta 2009. 
La elección del título finalmente determinó la estructura y ciertas licencias, como la carencia de títulos de los cuentos y relatos que integran el libro. El punto de partida era que mi primer libro de cuentos, El día en que el pueblo reventó de angustia, publicado en 1973, había sido requisado y quemado en un cuartel por los militares argentinos durante su dictadura. Sin embargo, no veía en el fuego un factor de destrucción, porque en definitiva nunca el fuego podía destruir lo que el libro contenía.
George Steiner dice en Logótratas que "los que queman los libros, ls que expulsan y matan a los poetas, saben exactamente lo que hacen. El poder indeterminado de los libros es incalculable [...] En la experiencia humana no hay fenomenología más compleja que la de los encuentros entre texto y percepción, o, como observa Dante, entre las formas del lenguaje que sobrepasan nuestro entendimiento y los órdenes de comprensión con respecto a las cuales nuestro lenguaje es insuficiente: 'la debilitade de lo'nteletto e la corteza del nostro parlare'. (Convivio, III-IV, 4).
Siguiendo este hilo de [pre] sentimiento recordé la reacción de los magos del Asia Menor quemando sus libros al oír la palabra evangélica de Pablo (Hechos 19,19) y una lectura más o menos reciente en El lector, de Pascal Quignard: "la palabra es de tal naturaleza que debe su crecimiento y su fortalecimiento a un fuego prendido con los libros que la fundamentan". Este es más o menos el itinerario que seguí hasta dar con Voces del fuego, libro donde cada relato, cada cuento, cada línea es un trasunto de ese fuego mayor que nos nutre y nos eleva por encima de la violencia y de la finitud.

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