jueves, 1 de abril de 2010

LAS FRONTERAS DEL LENGUAJE


La vulnerabilidad del lenguaje, que ha permitido el discurso de las ideologías totalitarias políticas y religiosas, el de la vulgaridad de la sociedad masificada y los eufemismos de las democracias hace que el poeta se pregunte por su verdadera capacidad para expresar las respuestas científicas y la soledad existencial del individuo humano que ha perdido las referencias divinas de la intuición y las morales de la razón. 
La existencia del ser en el mundo se nutre de la justicia y su sentido nace de esa exigencia moral que aspira a la armonía entre los individuos y las cosas que lo rodean. Esa aspiración se expresa a través del lenguaje y de la complejidad semántica de la palabra, cuyos límites son los propios límites del lenguaje para aprehender las múltiples realidades del mundo. Sobre esta noción escribí en Sílabas de arena «y rota la palabra / la voz que germina de la vida / y cruza el pensamiento / se pierde [...] en el poema no dicho / el poema no escrito  que / siempre el mismo / siempre otro / late en el abismo» y en Lecciones de tiempo «la palabra que nombra el árbol es árbol / callo / qué significa ahora esa palabra que dice / árbol / qué realidad es ésta que se disuelve fuera del / tiempo / el viento que pasa entre las ramas es inaudible». 
Hugo von Hofmannsthal en su Carta de Lord Chandos escribe casi con desesperación «Ya no lograba aprehenderlas [las cosas] con la mirada simplificadora de la costumbre. Todo se me deshacía en partes, las partes otra vez en partes, y no se dejaba ya abarcar con un concepto. Las distintas palabras flotaban alrededor de mí; cuajaban en ojos que me miraban fijamente y en las que yo a mi vez tenía que sumergir mi mirada: son remolinos a los que me da vértigo asomarme, que giran sin cesar y a través de los cuales se llega al vacío.» 
La palabra «árbol» dice, por convención, que se trata de un árbol, pero al perder las referencias morales que sustentan el mundo, el poeta también pierde la posición central desde la cual puede observar y organizar la realidad a través de las palabras. El desencuentro entre el sentido de la palabra y la vida hace más lacerante las limitaciones del lenguaje para alcanzar ese concepto universal que late en cada palabra «más allá de las fronteras establecidas por los significantes», como afirma el italiano Stefano Agosti. Es así que «árbol», no obstante su precisión, sólo expresa un significado abstracto, pero no el sentido último y secreto que expresaría el significante, el cual conduce al lenguaje mudo, «la lengua en la que hablan las cosas mudas», como dice Lord Chandos. De aquí que, como Wittgenstein, acabe constatando la incapacidad del lenguaje parar nombrar la vida. Pero aun aceptando este hecho, el poeta tiene el deber de expresar su experiencia al borde del abismo, incluso de aquello que, como el horror, apenas puede articularse.
De Cuaderno de notas de Manuel T.

3 comentarios:

Ivan Humanes dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ivan Humanes dijo...

Es, precisamente, ese expresar al borde del abismo lo que le da soplo a la palabra dentro del poema. Es un razonamiento matemático (lingüístico) "superior". "Superior" en cuanto a que además de servirse de la filosofía de la existencia moldea el uso de la propia palabra y su significado, situándola al borde del precipicio y dotanto a la palabra de un impulso que, originariamente, es imposible de que sostenga y exprese la totalidad del mundo; no sólo esa parte que vemos, modal, acostumbrada, sino aquella que intuimos y que va más allá de la utilización habitual. Parece como si en la poesía se encontrase el límite de las palabras. Un objeto moldeable y que solo el poeta sabe moldear hasta la casi rotura. Qué buen post, Antonio, para pensarlo.

Antonio Tello dijo...

Así es, querido Iván. Si la verdad del poema no nos atraviesa o si nos atraviesa pero limitamos su verdad, lo que hacemos es historia, política o cualquier otra cosa circunstancial.
Un fuerte abrazo