Hubo un tiempo en que los dioses se comunicaban con los humanos mediante el placer. No era una gracia divina. Era diálogo. Las prostitutas residían en los templos. Hieródulas se les llamaba. También había hieródulos. Quizás nunca hubo dioses, quizás nunca hubo un dios con quien hablar, pero en esos tiempos, el ser humano tenía por sagrado el placer y las casas de su práctica social eran inviolables. Hoy la desdicha nutre la violencia. El orden de la injusticia dinamita las veredas del placer [...] Quienes han colocado la bomba no lo saben. Los ciega la ignorancia.
Texto: Fragmento de la novela La pasión del señor S. Imagen: El tacto, Louis Lagrenée
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