Hace unos días recibí un e-mail de un poeta amigo, profesor en una escuela de escritura. Contrito revelaba la vulgaridad de un método de enseñanza basado en escaletas, acaso semejantes a las del Pritcher del Club de los poetas muertos, supeditadas más al interés económico que a las naturales reglas de la creación y de potenciación de las cualidades intrínsecas de los alumnos. Si ya es discutible la enseñanza de la escritura como oficio mecánico, mucho más lo es reducirla a un guión preconcebido y mensurable donde el talento, las cualidades, los conocimientos, las lecturas y la cultura del futuro escritor apenas cuentan. Aprendiz -por utilizar una palabra cara a los oficios y artesanías- que, no obstante, hace valer su condición de «cliente» al que siempre hay que darle la razón porque paga por un producto hecho a medida. Pero la creación literaria es incompatible con las reglas del mercado, porque sus pulsiones no proceden de la economía ni de la gramática sino del espíritu. De aquí que, quien quiera ser escritor o asumirse como poeta, antes ha de saber vivir y pensar. Comprender como individuo el sentido de identidad y el principio de libertad.
Foto: William Faulkner en su mesa de trabajo.
2 comentarios:
Me gusta tu concepción acerca de la escritura.
No se puede convertir el arte de la poesía en un acto mecánico.
No se fabrica, es algo que nace del pensamiento, de la observación, del palpitar de la vida.
El escritor tiene la virtud de descubrir la belleza de las palabras. Su única herramienta es su sensibilidad para que éstas nos emocionen.
Un beso
Cada palabra tiene una historia que se revela al poeta cuando éste es auténtico, cuando no se miente a sí mismo aparentando ser quien no es. Esa revelación es, a veces, lo que llamamos belleza de las palabras. Por esto los farsantes y los impostores no pueden acceder a ella. Por algo a los poetas se les llama artistas y a los demás, con generosidad, artesanos.
Gracias B.
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