viernes, 15 de julio de 2011

ÁNGEL


Ángel, que era un hombre sencillo y cariñoso con su familia, descubrió que el trabajo que cierto día le encomendaron le daba sentido a su vida haciéndolo distinto a todos los demás. La tarea exigía vocación y entrega total, y él la ejecutaba con extremo rigor. Así ganó fama entre los de su oficio y creció en él la certeza de haber sido ungido por una entidad superior, para llevar a cabo aquel cometido que lo situaba más allá de toda culpa. Por esto, cuando empezó a escuchar voces y gritos que le impedían dormir,  Ángel se sintió al principio perplejo y, enseguida y por primera vez en mucho tiempo, vulnerable. Indefenso. Ángel se entregó a la oración, pero fue en vano.
Una noche, apenas conciliado el sueño lo despertó un ruido. Frente a él, al pie de la cama, un hombre le apuntaba con una pistola. A pesar de la penumbra y del rostro desfigurado del otro, lo reconoció. «¡A la mierda!», le oyó decir y Ángel saltó de la cama. Su mujer dormía plácidamente a su lado. Sudoroso y angustiado, fue a comprobar que sus hijos también lo hacían. Salió al patio y encendió un cigarrillo. Antes de acabarlo del todo volvió a la cama y le dio una última calada. La brasa del cigarrillo ardió. «¡A la mierda!», dijo el otro y la cara de Ángel estalló.

De Voces del fuego

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