Por Jorge Rodríguez Hidalgo
Cuando
el poeta Antonio Tello ponga un pie en la escalerilla del avión que lo traslade
a Argentina, sufriremos una forma de orfandad que creíamos olvidada desde que
otro Antonio, poeta también, hubiera de abandonar España en 1939 y tras él
centenares de miles de vencidos ciudadanos, además de la mayor parte de los
intelectuales españoles. Físicos, médicos, biólogos, ingenieros, poetas,
filósofos, pintores, humanistas de toda suerte, profesionales sin número,
brazos generosos, hombres solos, hombres con nombre y sin nombre, hombres con
cultura y sin ella (¡hombres, nada menos!), sabios todos ellos... Parte de la
savia de la Segunda República fue “a dar en la mar” a punta de pistola y bomba
(¡Federico, Miguel, escribid, escribid!), de cerrazón y “sacristía”; el río de
los exiliados se ramificó ad infinítum y en tierras acogedoras y con gentes de
liberalidad excepcional halló la forma de no malbaratar su riqueza cultural,
pese a llevar en el escaso equipaje el cadáver de su vida afectiva y emocional.
Hoy,
casi tres cuartos de siglo después, los mismos hombres se constituyen en el
mismo río de exilio, empujados esta vez por la sorda y ciega pseudodemocracia
de los villanos de la alta política y las altas finanzas (altamar envilecida,
alta mierda constitucional). Hoy, como ayer, o hace apenas unas horas (Gabriel
Celaya al fondo), el hambre y la miseria empujan al abismo a nuestros
conciudadanos y los obliga a poner pies en polvorosa. Nuestros familiares,
nuestros amigos y nuestros vecinos son transterrados sin remedio haciéndoles
creer que en verdad poseen espíritu de robinsones.
Don A.
Machado y don Antonio T., derramándose de nuestro pensamiento, vienen a
convergir en mala hora en el exilio que, como premio al talento y la bonhomia,
las sociedades embrutecidas obligan a emprender. Los militares comandados por
el rebelde general Franco apuntillaron al autor de “Campos de Castilla” treinta
años antes de que los militares
argentinos casi lo lograsen con el padre de “El día en que el pueblo reventó de
angustia”. Mala hora, la del exilio (hay hombres que, como el dios de Vintila
Horia, parecen haber nacido en el exilio). Cuando el poeta Tello ponga un pie
en la escalerilla del avión que lo traslade a Argentina, principiará el exilio
de su exilio. Este segundo exilio, sofisticado y refinado, correrá a cargo de
la ignorancia, la incultura y la indolencia del mal llamado pueblo soberano
español. Cómo puede ser soberano un pueblo que ignora obras sólidas como la de
Antonio Tello; cómo puede ser soberano un pueblo que se entretiene con los
folletines y ripios de juntaletras y poetastros; cómo puede ser soberano un
pueblo que, sodomizado a diario por la superestructura, otorga sin grandes
muestras de disgusto; cómo puede ser soberano un pueblo que no lucha por la supervivencia
de todos sus hijos; cómo puede ser soberano un pueblo que sólo acepta a los
héroes; cómo puede ser soberano, en fin,un pueblo que vende y compra hijos en
el mercado de valores... bursátiles.
Cerca de
cuatro décadas de civismo en Barcelona y una obra literaria de primer orden; cuarenta
años de magisterio práctico en el maltratado mundo de las letras; toda una vida
de altruista participación en instituciones culturales... Nada ha servido a
Antonio Tello para meritar la atención de la jerarquia política, cuya secular sevicia
sigue aniquilando a los mejores de entre los mejores, cual Saturno despiadado.
Cuando
el poeta Tello ponga un pie en la escalerilla del avión que lo traslade a
Argentina, nadie podrá decir adiós, pero tampoco hasta la vista. Recitaremos,
eso sí, quedamente, el sencillo verso que, a modo de capital poético, don
Antonio Machado atesoraba en sus bolsillos al cruzar la frontera francesa: “Estos
días azules y este sol de la infancia”. Porque el poeta Tello ya no es ni de
aquí ni de allá, porque es de aquí y de allá al mismo tiempo.Conocedor profundo
de Homero, Cervantes, catador borgiano o juanramoniano, es él un hito que sólo
quienes hablan “en necio” se han empeñado en ignorar, ocupados como están en
los laureles de los mesías del músculo. León él en la sabana tórrida de la
escritura en español, su gesto último le emparentará definitivamente con el
hidalgo más ilustre que han conocido los tiempos: aquel Caballero de la Triste
Figura, aquel exiliado de la razón perversa y desaforada, también llamado el
Caballero de los Leones. Sea ahora don Antonio nuestro hidalgo allende el mar y
resucite la locura del demiurgo,invierta el tiempo, la sustancia de la razón
invierta.
Y sin
más, este hidalgo de devengar quinientos sueldos, no dejará que ensayemos una
muerte fingida, la muerte de los adioses tras los escarnios. Al contrario, un
punto solemne, volverá a recordarnos: “Más allá, continúa la batalla. Más
allá”.